Documento escrito con base a
"Pasajes y figuras en el borde de la ciudad"
por Carlos Mesa González
en las memorias del festival Internacional de arte,
Medellín, 1997.
A partir de un tema que refiere el entendimiento a lugares creados con elementos imaginarios, un tanto poéticos, un tanto metafóricos, se elabora el contenido de este texto que lo hace más imposible entenderlo.
Acercarnos a las imágenes del destierro, del anonimato ciudadano con las figuras del caminante es la labor continua de cada participante de ciudad quien se enfrenta a cuadros de continuidad el acto de caminar, de salir y divagar entre edificios y calles; desde el banco a la plaza del centro traspasa los lenguajes tangibles de este movimiento convirtiéndose en una dialéctica de conocimiento. Salir es la esperanza de volver y en ese transcurrir suceden diariamente los sucesos que construyen la ciudad. El pretexto es ese: caminar en el día o en la noche para luego volver cargados con una experiencia irracional de una ciudad que todavía no sabemos hasta donde la hemos aprendido.
La pregunta...
Empezamos el artículo con la pregunta que se hace siempre en
la elaboración del tema:
¿Cuál es el lugar del arte publico, del arte urbano?
Esta pregunta es clara para el expositor cuando la hace porque determina
en si el camino a seguir. El lugar limpio y claro, pero también
por la misma pregunta el pasaje sombrío, el afuera, de la seguridad
que ofrecería la certeza de un espacio dudoso por su maliciosa incitación
que es ahí y no en otro lugar. Entonces haciéndose la pregunta
por el lugar del arte público, también se cuestiona por ese
otro no lugar y la incertidumbre, esto no figura en el documento pero esta
presente todo el tiempo. Y no solo ocurre en el quehacer artístico
y su localización externa. Es una pregunta básica que busca
desde el interior del caminante la solución. No solo se pregunta
por el lugar, sino también por la forma como se crea, por la inspiración
en este caso su intimidad accidental, sus instancias.
La condición misma del destierro del exilio tal vez voluntario
o tal vez negado por extrañas circunstancias que desconocemos pero
que podríamos deducir en la situación que muchas veces se
ve planteada por la ciudad, dividida y fragmentada es el motivo que define
a este caminante en el margen del movimiento urbano, que lo lleva a crear
su propio movimiento, a abatir la respuesta precisa que ofrecía
el vehículo del monumento de un espacio limpio con un busto de bronce
en la mitad.
También el estar afuera define por el destierro la renuncia
a la masa, a la colectividad y esto puede suceder aun el mismo centro de
la ciudad; total que el emigrante del espacio publico puede ser un inmigrante
del espacio privado y seguir solo en las postrimerías del espacio
publico de las cuales no disfruta y de las cuales huye se aleja por la
fiebre de todos estos movimientos urbanos: una quimera la industria, la
construcción, del mundo, del espacio y del tiempo y el arte aquí
inscrito, casualidad como afirma Mesa en el documento.
¿Si las masas no son el lugar entonces cual? ¿El no-lugar?.
Y aunque no menciona la pregunta, la saborea, no la hace pero se deja
ver el significado de la observancia: desde la timidez del desterrado,
desde el lugar de su ingenuidad se tienen cuatro lugares que podrían
responder a este interrogante y aunque podrían ser más, yo
le agregaría el quinto que me parece recurrente en este caso para
el juego de discontinuidad de soledad abigarrada por esa extraña
interioridad de creación de ese ciudadano errante en una diáspora
urbana:
a la desfiguración del vacío geométrico,
la confusión atmosférica,
el puente peatonal,
el pasaje putrefacto;
La vaguedad de los terrenos baldíos, de las casas despatriadas
en las manzanas.
La desfiguración por el vacío geométrico es la
admiración por la geometría pura, sin contaminación,
la que excluye cualquier tipo de trama, de racionalidad de la ciudad funcionalista,
de la forma como se abordó el valle sin tener en cuenta la geografía.
El sentido de orientación.
Es una critica a la planeación a la regulación del territorio
con estructuras equivocadas, con centralidades nostálgicas que son
rotas por la tentación a la periferia ante el desorden mental creado
por los observantes de un territorio: el orden geométrico. Ante
la perdida de control espacial el orden conectivo de tramas y aparecen
las circunvalares las obras como él llama: de los impostores; el
punto cero como terreno planificado y cotemporal creación.
Ante eso queda la pregunta dubitativa por esa otra cosmogonía
del lugar. Si existe ese no-lugar ¿cómo no planificarlo en
las postrimerías de la ciudad? Sin ahondar en el significado del
destierro, ¿su futuro sería contrario? ¿Acaso el lugar
del personajillo no sea otro que el oficio de juglar; de andar divagando
por el caótico campo que satisface el no lugar, ¿una respuesta
breve al desadapto social a quien las barreras de lo urbanizado le interrumpen
la reflexión por el lugar creado así y no de otra forma como
seguramente pudo ser creado siempre?.
¿Cuál sería el lugar del desterrado? Afuera donde
la desadaptacion geométrica le crea sus relaciones cosmogónicas
primarias con las que se identifica con un mundo plausible y de acceso
fácil o adentro en el seno de la ciudad donde seguramente construiría
un mundo de caos, su propio mundo organizado. Una banca en el parque
construye lugar dependiendo de su patria, del lugar que ocupe mentalmente
en ese castillo o en las afueras.
Con la confusión atmosférica se abre la interpretación a características propias del observador, del que sentado en algún ángulo privilegiado esta pendiente del transcurrir de la temática del mundo. Lo primero que se observa: la constante lucha entre una ciudad que intenta construirse contradiciendo su geografía, el sentido edificador copiado de otros lugares, de racionalidades ajenas. La falla de las perpendiculares entre el horizontal y la vertical, "la falla del damero" la geometrización de la ladera que originó la rectangularización de los recintos. Finalizando abre la esperanza a los íntimos exteriores barrocos de los vecindarios reclinados a la multiplicidad de acontecimientos diversos por el borde de la ciudad.
En este transcurrir de la mano del perdido se siente la constante necesidad por ocultarse en la irregularidad común de la ciudad, por el espacio dionisíaco, borroso, ¿cuál es realmente la definición de confusión?. Las márgenes de la ciudad responden a esa lejanía física que aleja el orden de la civilidad, del lugar planeado. Y es allí donde el carácter de la geografía obvia tienen sentido, menos la ciudad todo anda bien.
El puente peatonal.
La ciudad es una pintura artificial creada lentamente en el transcurso
de los años. Se puede mirar así, observarla desde las
montañas, los cerros de los lados y desde allí detallar sus
intervenciones. Las vías y sus piruetas para salvar las barreras
geográficas, aquí la relación terrosa con esa cosmogonía
de una ciudad que rompe con el grafos de la naturaleza, con la traza natural
sin la línea recta. La figura del desterrado, de ese vagabundo
se convierte en un triste peatón exiliado, la figura de varios vagabundos
en personajes metropolitanos.
Después de la critica a los puentes, absurdos resultados de la
geometría inconexa, surge una afirmación que bien la podríamos
convertir en una pregunta, ¿"Sí un lugar puede definirse
como lugar de identidad relacional e histórico, un espacio que no
puede definirse en tales términos define un no lugar" ?.
Ese soñador, ¿crea lugar?. ¿De donde a partir
de su naturaleza?
¿enmascarado vigilante urbano, mirón de siempre, otro
fantasma?.
El pasaje putrefacto, una respuesta a ese sueño diario e imperceptible
de un día soleado y una noche lluviosa, una imagen proporcionada
a los atavíos de una ciudad gótica de un estado de condiciones
efímeras. Noches solas, oscuras y húmedas de juicio
final, de Apocalipsis urbano donde alguien merodeando por la soledad de
las calles preparando la catástrofe homicida. El agua subterránea,
las corrientes escondidas, el flujo y el reflujo como motivo de inspiración
para cortar la tranquilidad del que la tenga. Esa ciudad baja que
permite que exista el suburbio, que respiren las alcantarillas, que surja
la ciudad de las ratas, de los topos de cemento, de los hombres de sub-sueños.
La vaguedad de los terrenos baldíos, de las casas despatriadas
en las manzanas.
Ese terreno definido pero solitario, abandonado a su suerte, parte
ajena de la ciudad, espacio mítico para los habitantes. Esas
casas que siguen otra rutina, que casi siempre están solas, deshabitadas,
que envejecen más rápido como ese personajillo, el anónimo,
el desadaptado de las multitudes y muy particular por cierto, al ser parte
de ellas.
Aldíber Castaño, 1998.